Viejo océano de olas de cristal
- Claudia Jaramillo/ Cantos de Maldoror
- 1 jun 2017
- 2 Min. de lectura
Nada hay tan majestuoso y estimulante como el océano.
Les dejo aquí algunos fragmentos del Primer Canto de Maldoror del Conde de Lautréamont
Viejo océano, los hombres,[...] todavía no han conseguido, [...] medir la profundidad vertiginosa de tus abismos, los cuales han reconocido inaccesiblemente las sondas más largas y pesadas. A los peces... les está permitido: no a los hombres. A menudo me he preguntado qué será más fácil de reconocer: la profundidad del océano o la profundidad del corazón humano.
¿Cuál es más profundo, más impenetrable de los dos; el océano o el corazón humano?
«Soy más inteligente que el océano». Es posible, es incluso muy cierto, pero el océano le causa más temor a él que él al océano: es algo que no es necesario comprobar.
He ahí un centenar de leviatanes que han salido de las manos de la humanidad. Las órdenes enfáticas de los superiores, los gritos de los heridos, los cañonazos, es el ruido realizado a propósito para aniquilar algunos
segundos. Parece que el drama ha terminado y que el océano se lo ha metido todo en su vientre. La boca es formidable. ¡Qué grande debe ser hacia abajo, en dirección a lo desconocido!
Mecido voluptuosamente por los suaves efluvios de tu lentitud majestuosa, que es el más grandioso de los atributos con que el soberano poder te ha gratificado, en medio de un sombrío misterio, tú haces rodar por toda tu sublime superficie tus incomparables olas, con el sentimiento sereno de tu poder eterno. Ellas se persiguen paralelamente, separadas por cortos intervalos. Apenas una disminuye, otra, creciendo, va a su encuentro, acompañada del rumor melancólico de la espuma que se deshace para advertirnos de que todo es espuma. (Así, los seres humanos, esas olas vivientes, mueren uno tras otro, de una manera monótona, sin dejar siquiera un ruido de espuma).
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