La náusea
- Claudia Jaramillo
- 9 ago 2017
- 1 Min. de lectura
Era una nausea nerviosa, la que batía el estómago de Chuy. Se sabe que era causada por incontables explosiones que se iban detonando poco a poco, como pequeñas hiladas de petardos decembrinos. El cráneo le martillaba. Él bateaba los malos recuerdos, los problemas , las angustias, el futuro. Solo conseguía perder la jugada. Era una revolución encarnizada con lamentaciones, que se oían en las trincheras de sus tímpanos. Retumbaba, retumbaba, retumbaba... Lanzaron una bala de cañón, que destrozó su memoria, los brotes tiernos comenzaron a morir. En el horizonte, los recuerdos, prensados, molidos, descuartizados. Unas pequeñas risas, incrustadas de agrios momentos, pedían socorro, el olvido engullía lo bello que existió en su memoria. Una masa putrefacta comenzó a erupcionar de su esófago, hasta llegar a sus pies. Sus entrañas se volcaron, se vaciaron. Chuy cerró sus ojos, ardían, el humo de los cañones le impedían caminar y seguir adelante. Sus pies descalzos al rojo carmín, se abrían paso entre los despojos. Logró moverse de esa fosa frágil. Tropezó. Sus rodillas cedieron a su peso, peso de 51 años de batalla carnicera. Se dejó caer en un abismo que era un embudo de ilusiones frustradas. Sin embargo ilusiones aun. Vibrantes de miles colores. Se encorvó como una oruga, se hizo pequeño, esperó a que el tiempo o la evolución hicieran algo por él.
La corrupción de su alma recorría todo su ser como la sangre recorre un cuerpo.
La náusea volvió. Se lo llevó. Lo condujo a un mundo sin recuerdos. La paz llegó.
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